viernes, 8 de mayo de 2009

La Arcilla Y El Creador.

Yo tenía varios meses guardada en ese bote color rojo con blanco y letras en negro que tomó de aquella tienda grandísima, ni siquiera recuerdo bien donde estaba. A veces viajo de tantas partes y regreso a otras más. Era tan pequeña, nadie jamás me había tocado, nadie me había formado, nadie se había interesado en mí. Quizá, había sido por que la pintura de mi bote estaba desteñida, que las letras que me describían estaban incompletas, se que era un bote viejo, pero… Un día lluvioso, las manos más lindas estaban hurgando entre el estante de materias primas, yo lo vi, claro que lo vi, era tan alto y noble, sus manos tan finas, tan lindas, parecía escapado de mis sueños. Aunque sabía que sucedería lo mismo que todos los días, me verían, me comprarían con los demás recipientes y aunque yo tuviera más contenido. Acabarían por escoger el de mejor vista. –Y encima me ponen a lado de la más utilizada arcilla súper ultra mejorada y además. En oferta- Decía mi voz interior mientras triste, agachaba mis letras y lloraba por dentro, haciendo pequeñas gotitas de agua en mi interior. Aquellas manos ya habían recorrido todos los estantes del departamento, y seguía viéndonos lentamente a cada uno de nosotros hasta que; Me tomó entre sus manos, comenzó a leer todo lo que yo era, de lo que estaba hecha, mi fortaleza, mi procedencia, quería saber todo de mi y como si una luz especial me guiara hasta la caja registradora, me llevó con él. Me abrazó, y con un cuidado casi mágico, me colocó en el carrito entre pinceles, pintura acrílica, franelas, y un sinfín de cosas. Yo era feliz, por fin alguien me había elegido, por fin… ¡Alguien estaba dispuesto a amarme y hacerme suya!
El trayecto de la tienda a su casa no fue largo. Yo le contaba todo lo que había esperado por alguien, le decía que era la primera vez que alguien me llevaba a su casa, que me trataba con tanta amabilidad, ¡hasta me había dejado ir adelante del carro! Era mucho más de lo que yo había soñado, estaba lista, lista para ser amada, deseada. Estaba lista para ser suya por siempre. Llegamos; y de inmediato me cargó en sus brazos para llevarme hasta su estudio, era tan mágico ese lugar, estaba rodeada de figuras, de sombras de colores radiantes y tenues, había llegado al lugar perfecto. Fue entonces que después de dos largos días de espera; una noche media oscura, un poco de luz salía de la mecha de una vela encendida. Me tomó en sus manos, me quitó la cintilla de hule que guardaba mi cuerpo, con tanta delicadeza, con tanto amor, abrió lentamente la tapa que me cubría del aire y con las palabras más dulces fue deslizándome de a poco, hasta quedar completamente entre sus manos. -¡Soy tan feliz! He soñado tanto con este momento, he querido con todas mis fuerzas y mi alma estar junto a ti y ahora sólo puedo decirte: ¡gracias! Gracias por escogerme, por preferirme ¡gracias!- Él parecía no escucharme, pero me miraba y me acariciaba, se mojaba las manos dulcemente para no lastimarme después. Sus dedos estaban por toda mi piel, y él cantaba, decía, soñaba, creaba… Todo al mismo tiempo y yo… Sumergida en la sensación de sentirlo mío. Amaneció. Yo desperté, cansada, ansiosa de verlo de nuevo, voltee la mirada hacia el sillón que daba justo debajo del vitral y con esa luz que sólo el padre sol puede darnos: Él estaba ahí, dormido en ese sillón rojo en el cual quedó rendido ante el cansancio y el sueño después de nuestra noche. Poco a poco, el sol también me iluminó, quedé suspendida en al aire cuando comencé a verme. ¿Era posible que fuera yo? ¿Yo que siempre fui la mal querida, a la que miraban feo, la que no gustaba por mi envoltura? Era tan hermosa, con unas largas piernas, ligeramente cruzadas para no dejar notar mi sexo, con los brazos alzados al mundo, unos pechos firmes, maduros, lindísimos, los brazos extendidos como gritando ¡libertad! De ahí largas ramas con hojas verdísimas, era una mujer, ¡una mujer! Lo que siempre soñé. Mis piernas eran los trocos de aquel árbol gigantesco mis cabellos largos las hojas que cubrían de sombra a los pequeños jugaban en el parque. Yo. ¡Era tan bella! Que me quedé sin palabras para describirle a mi señor lo que sentía, no podía siquiera balbucear. Era maravilloso lo que había hecho de mí. -¡Oh Dios mío! ¡Gracias!- Gritaba sonriente y emocionada. Justo como en mis sueños.
Entonces despertó. Y me miró con esos ojos llenos de gozo de verme terminada. –Eres mi máxima Obra De Arte, ¡Eres mi obra de arte!- Y bailaba y cantaba lleno de felicidad. Y yo reía con él, y me veía mil veces desde mis pies. Dentro de poco. Mil personas me habían visto, todos me admiraban, me reconocían, me adoraban. Yo era quien más aplausos recibía de toda la gente que pasaba a verme.
El tiempo pasó. Mi creador y sus manos fueron avejentándose así como mi pintura que él retocaba siempre cuando era de noche y prendía la vela que nos alumbraba. Y platicábamos y sonreíamos y yo fui suya todas las noches y los días. Hasta que una de esas noches él enfermó, su corazón dejó de latir lo suficiente como para quedarse sin vida, y cayó al suelo, con el pincel color verde en su mano derecha. Y una paleta con diferentes tonos en su mano izquierda. Yo le gritaba, quería estar a su lado, ayudarlo, protegerlo, levantarlo, como él hizo conmigo. Pero no pude moverme. Estaba pegada a un pedazo de madera quién no me dio permiso de irme con él. Fue la noche más triste de mi vida. Yo fui su obra de arte, su inspiración, su amiga, su amante, él fue mi amor. Y ahora, poso día a día en una vitrina seca y sin color a lado de su fotografía en el museo más viejo de la ciudad. En el corredor de las esculturas que llevan su nombre.